Como todo un Madrid en pequeño. Inabarcable, sorprendente, diversa, vital. Mucho más allá de la arqueología, de Cervantes, de Cisneros, de los estudiantes, las tabernas y las cigüeñas. Las muchas Alcalás no se descubren ni en tres días
Érase una vez Alcalá. Érase una vez Alcalá. Érase siempre Alcalá. Tres veces, porque los expertos en patrimonio de la Comunidad de Madrid calculan en tres días el mínimo para empaparse de esta, pequeña en tamaño e inmensa en valor, concentración de riqueza cultural. De esta ciudad esencial que, si es Patrimonio Mundial de la Unesco, cómo no va a serlo del turismo/cariño interior.
¿Sus hechos diferenciales? Que, a diferencia de otras ciudades-museo, rebosa vitalidad. Su pasado vive en el presente. Se actualiza en estilo de vida callejero, en un tardeo de shopping por la calle porticada más larga de España o zampándose la ciudad en sus jornadas gastronómicas —los duelos y quebrantos del Quijote—, pastelerías —costradas, almendras garrapiñadas o rosquillas—, tapeo creativo —sanas verduras de la vega— o restaurantes de autor recomendados por la Guía Michelin. Recomendación de un clásico modernizado, como la propia ciudad: el cocido madrileño en formato de rollito del restaurante alcalaíno Exit, ganador del concurso de tapas Madrid Fusión 2023.
Un corral de comedias de cuatro siglos
El museo al aire libre de Alcalá no solo es para ver, sino para tocar, por la forma en que abre su patrimonio a la experiencia. Por ejemplo, con el rito social y su puesta de largo en los universales Premios Cervantes. En uno de los corrales de comedias más antiguos de Europa, con uso ininterrumpido desde 1603 para aplaudir hoy las mismas obras que los alcalaínos de entonces, además de teatro contemporáneo. O con la entrada libre a bibliotecas y salas de exposiciones y conferencias en la primera ciudad universitaria del planeta, única en su género y escala, renacida gracias al mayor programa español de restauración que tanto ha contribuido a la declaración de Patrimonio Mundial, un título que solo ostentan en la Comunidad de Madrid el Paisaje de la Luz, en la capital; el Monasterio y Real Sitio de San Lorenzo de El Escorial; el Paisaje Cultural de Aranjuez, y el Hayedo de Montejo.
Hay tantas Alcalás trazadas por tantas rutas. Se puede recorrer incluso de nido en nido de cigüeña en una de las mayores concentraciones europeas de la especie. Siempre se dijo que donde tantas se establecen es que no las molestan, señal de buena gente. Y se puede recorrer en las rutas del tiempo: la del museo Arqueológico Regional que cuida los vestigios madrileños más antiguos (un fósil del diente humano descubierto hace unas semanas en Pinilla del Valle), con casi medio millón de años. La del castro carpetano y la romana Complutum, ciudad madre donde la interpretación de la Casa de Hippolytus, un colegio y centro de ocio para jóvenes patricios, permite intuir aquella (buena) vida, ponerse las sandalias complutenses.
Rutas literarias al gusto
Puede leerse Alcalá desde la ruta literaria si todos los genios de los siglos de Oro, o estudiaron o enseñaron o escribieron aquí, con 25 carteles que recuerdan su vigencia —el primero, la Posada del Diablo retratada en el Quijote de Avellaneda, es hoy un garito con sala de conciertos en la bodega—. De Lope y Nebrija a un Quevedo que improvisaba versos satíricos cuando lo descolgaban por la fachada plateresca del emblema de Alcalá: el Colegio Mayor de San Ildefonso. De Ignacio de Loyola —imponente su Colegio Máximo de los Jesuitas— al Unamuno que venía a encontrarse a sí mismo. De María Isidra Quintana, primera académica de la lengua, a un Azaña que quizá no hubiese sido premio nacional de literatura de no haber nacido justo frente a la casa natal de un tal Cervantes.
Universidad en cada esquina
Cervantes se cruza con Cisneros a diario. Lo hacen sobre todo en la plaza de Cervantes, epicentro de la vida social (y las miradas) de la ciudad, donde se cotiza el sol de otoño e invierno en las concurridas terrazas, donde comienza a desplegarse el entramado urbano de grandes colegios mayores, facultades e instituciones como el Paraninfo donde los Reyes entregan los Premios Cervantes cada año, no lejos de la capilla que, bajo un impresionante artesonado, conserva el sepulcro de Cisneros, en mármol de Carrara, si bien sus huesos reposan en la Catedral Magistral, otro de sus proyectos.