Soy patrimonio histórico, mi amor, pero no puedo pagar el dentista: la muralla que parte en dos a Cartagena, la ciudad más turística de Colombia

El símbolo internacional de Cartagena, una de las ciudades más famosas de Colombia, es un cordón de murallas que ha separado a la gente desde su construcción en el siglo XVI: primero entre españoles y piratas, luego entre blancos y negros y ahora entre turistas y cartageneros.
Hay cartageneros que nunca han ido a la ciudad amurallada, y muchos otros pueden llevar años, o décadas, sin haber pisado el barrio que les da reconocimiento mundial.
«Es como los parisinos, que no van a la Torre Eiffel», justifican algunos. Con la diferencia de que las murallas rodean el centro de la ciudad: la sede de varias universidades y de un Estado que muchos acá ven como ajeno.
En 1984, estos 11 kilómetros de muralla al borde del mar Caribe fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En 2005, San Basilio de Palenque, un pueblo a 50 kilómetros conocido como el primer asentamiento libre de esclavitud de América, obtuvo el mismo reconocimiento.
«Somos patrimonio histórico, mi amor, pero no tenemos seguro para pagar al dentista», le dice a BBC Mundo. «No tengo un carné que diga yo soy patrimonio histórico y que por eso me den odontología. Entonces, qué clase de patrimonio histórico es eso».
Trabajadora del servicio doméstico durante 14 años y luego masajista en las playas, Betty y su madre, Angélica Cáceres, fueron de las primeras palenqueras que vinieron al centro a sacarle jugo al turismo.
Pasan sus días cautivando al extranjero: les ondean su falda, les hacen un chiste, les piden una «picture, picture».
«Nosotros los negros fue que hicimos estas murallas», dice Betty, mientras observa el albor que tiñe la roca coralina. «Pero no tenemos muchos derechos a ellas», se queja. «De las murallas para allá nadie conoce nada».

De las murallas para allá está «la otra Cartagena», una ciudad de casi dos millones de habitantes donde dos de cada tres personas, según cifras oficiales, no comen tres veces al día; donde el 70% trabaja en la informalidad, está la peor calidad educativa del país y se vive bajo la zozobra de una criminalidad que registró 360 homicidios en 2022, la cifra más alta de la historia reciente, e introdujo por primera vez a «La Heroica», como se le conoce, en la lista de las 50 ciudades , seis de ellas colombianas, más peligrosas del mundo.
La idea de las dos Cartagenas, una feliz y otra triste, ha calado. La frase está en medios, en discursos políticos, en relatos turísticos.
En una Cartagena se oye el galope de los caballos en carroza, los gritos de ‘feliz matrimonio’. En la otra retumban los mototaxis, las bocinas de un tráfico caótico y los aviones que aterrizan junto a un barrio de casas hechizas con calles sin pavimentar.

En una hay boutiques de lujo, galerías de arte, luz y agua de corrido. En la otra los vendedores ambulantes se amontonan en los semáforos y esquinas y los servicios básicos son intermitentes.
El cuento de que hay dos ciudades, una buena y otra mala, se convirtió en un cliché que los mismos cartageneros repiten y que, como todo cliché, es discutible. Porque las dos Cartagenas se necesitan, se alimentan entre ellas. Porque de las murallas para afuera puede haber caos, pero también vida, folclor, idiosincracia Caribe.